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Romper el mito del nivel nativo para enseñar a habitar la segunda lengua

Un enfoque realista en la enseñanza de ELE


Cuando un alumno decide inscribirse en un curso de español, lo hace motivado por sus propias aspiraciones: aprender la lengua para viajar, para comunicarse con su pareja o con familiares de esta, para disfrutar de sus series o canciones favoritas, o para utilizarla en el ámbito académico o laboral. Durante muchos años hemos visto ofertas de trabajo o de estudios que exigían algo que, en realidad, carece de sentido: el nivel nativo. Así, muchos alumnos llegaban al inicio de curso preocupados por cuánto tiempo necesitarían para alcanzarlo. La respuesta más rápida y honesta es que nunca vamos a poder alcanzar el nivel nativo de un idioma que no sea nuestra lengua materna, aspecto que matizaremos más adelante. La parte reconfortante es que no existe un nivel nativo abstracto, sino tantos idiolectos o niveles nativos como hablantes de una lengua. ¿En qué nativo vamos a fijarnos?


Como docentes, comprendemos la preocupación de nuestros estudiantes, pero sabemos que lo que realmente necesitan es llegar a un nivel de alta competencia —en términos prácticos, C1-C2— que les permita alcanzar la fluidez necesaria para desenvolverse en cualquier contexto. A ese objetivo no lo llamamos nivel nativo, podríamos optar por dominio avanzado y eficaz del idioma, bilingüismo o lo que más adelante se describirá como “habitar” el idioma. ¿Por qué? Porque, en realidad y como apuntábamos, no existe un estándar único de lo que significa ser nativo. La forma de hablar de cada persona refleja su lugar de origen, su generación, su nivel educativo, su profesión e incluso, algunos dirían, su género. Ese bagaje lingüístico incorpora palabras, giros, expresiones y modismos particulares que varían en la expresión de un hablante a otro. 


Mapa del mundo hispanohablante

Español, lengua policéntrica


Si lo anterior es válido para cualquier idioma, tanto más para el español; una lengua no monolítica sino policéntrica, con diferentes polos de prestigio lingüístico y cultural. Sería poco realista pensar que, en el modo de hablar de casi 500 millones de personas, no existan diferencias. Al ser una lengua hablada en más de 20 países, es natural que presente particularidades en acentos, pronunciaciones, vocabulario, construcciones gramaticales, y que haya varias normas cultas aceptadas. ¿De qué nativo hablamos entonces: del de España, México, Argentina, Chile, Colombia…? Las diferencias son más notorias en la expresión oral que en la escrita. Por eso, es fundamental dejar claro al estudiante que el docente no es nativo en todas las variantes en las que se materializa el español y que solo podrá enseñar su variante, y presentar las otras a partir de lo que conoce, pero su representación será necesariamente parcial, pues no está socializado en ellas. En alguna ocasión un alumno se ha acercado a nosotros para pedirnos aprender español con pronunciación de América Latina (como si fuera un bloque homogéneo) y le hemos tenido que decir que nos resulta imposible porque no estamos socializados en esas variantes.


Estudiante de español escuchando a nativos que hablan coloquialmente

Las incorrecciones de los propios nativos


Más allá de lo geográfico, conviene recordar que en las clases de español solemos comenzar explicando el uso correcto, es decir, la forma del idioma académicamente aceptada y reconocida por las instituciones lingüísticas. Sin embargo, es fundamental que el estudiante comprenda que, una vez interiorizadas estas reglas, los propios nativos tendemos a relajar y adaptar nuestra expresión en la vida cotidiana: variamos el registro según el contexto, acortamos palabras, utilizamos la metáfora. De hecho, muchos hablantes nativos no siempre emplean el español conforme a las normas académicas. Es habitual escuchar errores gramaticales, un vocabulario limitado o expresiones coloquiales que difieren del estándar enseñado en clase. Nuevamente, debemos preguntarnos: ¿en qué modelo de nativo queremos fijarnos? ¿En el experto en oratoria con formación académica, en quien no tuvo la oportunidad de estudiar formalmente, en un adolescente con su jerga de adolescente…? Todos son hablantes nativos, pero sus usos del idioma pueden ser muy distintos. 

En clase, ofrecemos como referencia un modelo claro, correcto y comprensible que ayude al estudiante a comunicarse eficazmente, pero también es nuestra responsabilidad invitarlos a comprender las diversas formas que el español puede adoptar en la vida real. El modelo que proponemos, centrado en la corrección y la claridad, suele ser más útil y seguro para hablar con fluidez; sin embargo, como docentes, debemos también ayudar a entender cuándo, cómo y por qué se producen desviaciones en el uso real de la lengua para enseñarles una fluidez realista.


Estudiantes de español disfrutando de su clase

Lo nativo requiere tiempo, habitar un idioma requiere pasión


Efectivamente, y aquí viene el matiz anteriormente anunciado, se puede alcanzar un manejo muy competente de una segunda lengua, y se puede llegar a parecer verdaderamente nativo. Seguramente muchos de los españoles que migraron en los años 60 y 70 del siglo XX a países del norte de Europa y decidieron quedarse parezcan casi nativos en alemán, francés o italiano ¿Qué han necesitado para llegar a ese nivel?: tiempo, décadas de exposición y aprendizaje activo; porque para sonar como nativo es necesario haber convivido con ese idioma prácticamente desde la infancia o estar inmerso en un entorno cultural donde la lengua se vive de manera natural. 


Si no se dan esas condiciones, lo que podemos hacer los profesores es encaminar a nuestro alumno a “habitar el idioma”. Habitar una lengua extranjera es para nosotros situar al alumno dentro de ella; es una experiencia profunda de vida y conexión cultural. Habitar el español significa sentirlo, usarlo no solo para comunicar sino para pensar, para vibrar con sus sonidos, para comprender la filosofía y las formas de ver el mundo que encierra. Es hacer del idioma una parte de la identidad del estudiante, y no solo un conjunto de conocimientos mecánicos. Es hacerlo enamorarse de su riqueza y diversidad. Esto requiere un conocimiento profundo, no solo lingüístico sino también cultural, histórico y social, ya que cada lengua lleva en sí una cosmovisión y una manera particular de organizar el pensamiento y la experiencia. El docente debe crear espacios de inmersión que inviten a la exploración, al aprendizaje activo y al uso auténtico del idioma en contextos reales y relevantes para el alumno. No es solo enseñar el “cómo” se dice, sino el “por qué” y el “para qué”.

Intentar pensar desde la segunda lengua es un acto transformador que implica ir más allá de la traducción mental palabra por palabra. Es entrar en la lógica interna, en la sensibilidad y en las metáforas que configuran ese idioma. Habitar una lengua extranjera significa construir puentes emocionales y cognitivos que permitan interiorizarla y hacerla propia. En esto no hay recetas mágicas, es un proceso dinámico que requiere práctica constante y, por supuesto, la voluntad por parte del alumno de abrirse a nuevas formas de expresión y entendimiento. Cuánta más exposición y más producción, tanto mejor. Nosotros como docentes lo que debemos hacer es hilar fino para que los materiales (textos, canciones, series, redes sociales, medios de comunicación, etc.) que presentamos a nuestros alumnos no solo les nutran de normas sino de un sentir cultural.

Es fundamental destacar que este proceso de habitar un idioma no tiene nada que ver con alcanzar un nivel nativo; más bien se trata de un bilingüismo de alto componente afectivo. Más importante que buscar el perfecto acento de Valladolid, Ciudad de México, Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, etc.  es alcanzar una competencia comunicativa efectiva y sensible, que permita superar el miedo escénico y desenvolverse con autenticidad y confianza en la diversidad que ofrece el idioma. 

En definitiva, habitar un idioma aprendido como segunda lengua es un viaje profundo que integra cultura, mente y emociones. El docente tiene la hermosa responsabilidad de acompañar a sus estudiantes en ese camino, ayudándoles a amar la lengua, a sentirla como parte de sí mismos y a descubrir todas sus dimensiones. Siempre desde la honestidad de que él es solo un hablante nativo entre muchos, pues existen otros casi 500 millones de maneras de ser nativo. Así, el aprendizaje deja de ser una simple meta académica para transformarse en una experiencia vital que abre puertas, conecta culturas y evita la frustración de falsas promesas nativas.


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